Skip to main content

Facultad de Humanidades y Educación

Opinión


Publicado en Le Monde Diplomatique
Recomendación de libro

La mujer y el sacrificio
de Anne Dufourmantelle

Por Pablo Aravena

Un primer atributo de este libro: no encaja en este tiempo en que las mayorías aspiran a la seguridad e higiene totales, pues en sus páginas la violencia y lo impuro, están presentes como rasgos insoslayables de aquello en lo que se indaga. El sacrificio -con el que la mujer a lo largo de la historia de Occidente ha mantenido una relación dominante, aunque no exclusiva- no puede ser pensado sino como una frontera, con todas las ambivalencias y contaminaciones que ello implica.
La constelación del sacrificio se hace presente ahí en cualquier lugar donde la sociedad esté enferma, ya que exhuma y saca a la luz todo lo que se quisiera esconder, borrar o jamás haber conocido. Un trauma, o un duelo no efectuado, engendran el sacrificio, entendido éste como aquel “evento singular que tiene un alcance colectivo, que interviene cuando los muertos asedian la memoria de los vivos sin dejarles ninguna paz, cuando ya no hay ninguna realidad habitable, por lo cual, tampoco más tiempo”. (p. 23)
Entonces el sacrificio cometido introduce la separación entre los vivos y los muertos (restaura la diferencia), al tiempo que trata de otear en un más allá, en ese afuera que podría dar un valor trascendente a la vida: “el sacrificio es la forma de la esperanza, porque se dirige al Otro. Otro especialmente magnificado porque no nos contesta” (p. 18) y al que, por lo tanto, estamos condenados hacer hablar.
Si es la mujer la que lleva, por sobre el hombre, la necesidad del sacrificio es “porque en nuestra cultura ella se dedicaba al cuidado de los muertos y de los nacimientos”(p. 64). Es la mujer también la que lleva la maternidad como posible, y en la medida que da vida asimismo entrega esa vida a la muerte. Una cualidad casi divina que da a la maternidad un poder aterrador.
Pero, como señala -contra la época- en su Introducción Dufourmantelle, “hoy en día no queremos más sacrificio. No es rentable ni defendible”. Sin embargo, es improbable que pueda abrirse la vida propiamente dicha sin sacrificio, pues las “zonas sacrificiales” son límites en donde opera una desubjetivación en donde la identidad queda suspendida “entre” lo vivo y lo muerto, lo animal y lo humano, la vigilia y el sueño. Y es esta una zona de creación -por ello tan buscada y visitada por los artistas-, donde “a veces es la violencia la que vence en este enfrentamiento”. “El sacrificio es necesario, no como un rito al servicio del poder, sino como una frontera que se guarda, […] la vida no debe conservarse a toda costa en formol o en el simple consumo de las cosas”. (p. 241) (En julio de 2017 la autora se internó en el mar de Pampelonne al ver dos niños arrastrados por la corriente, ambos fueron salvados. Ella pasó al otro lado del riesgo)