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Facultad de Humanidades y Educación

El asco y el grito de Sergio Rojas – La Antorcha Magacín

13 de Diciembre 2023

El libro de Sergio Rojas constituye un diálogo serio con planteamientos en circulación que parecen ser “la alternativa”, pero que vistos de cerca no son sino formas actuales de la impotencia. Desbloquear el pensamiento ha sido una constante de los trabajos de Sergio, lo que lo ubica entre los contados casos de lucidez del pensamiento de matriz académica en Chile.

Pablo Aravena Núñez

Sergio Rojas. El asco y el grito. La violencia más acá de la representación. Santiago de Chile, Paidós, 2023, pp. 250.

Será ya hace un par de años que Sergio Rojas me regaló un libro titulado El asco, una novela del escritor hondureño, radicado en El Salvador, Horacio Castellanos Moya. Me lo entregó al día siguiente de una cena en que le conté la traumática experiencia de contraer COVID y quedar atrapado tres semanas en un pueblo perdido de República Dominicana, en donde los males irremontables de ese lugar estaban todos ligados a los efectos nocivos del turismo de resort y a la importación de jubilados europeos de dudosos antecedentes, que llegaban a multiplicar sus euros, gracias al puro subdesarrollo, para comprar a la gente que quería poseer las cosas que veían en esa otra gente de dentro de los resort cuando se asomaban a espiarlos por sobre los muros, o cuando entraban a hacer labores de aseo o cuidado de niños. Todas sus vidas tenían que ver con buscarse el modo de tener esas cosas y, supongo, sentirse a menos distancia de esa gente de dentro del resort, y que a veces salía a mostrarse. Pocas conversaciones que entablé, y que pude escuchar, trataban en verdad de otra cosa, todo era sobre zapatillas, ropa, celulares, relojes, whisky, autos y motos. Se les veía felices sí.

El asco de Castellanos Moya aportaba, en registro literario, un relato excesivo de lo mismo, pero tal como lo vivía un personaje ‒el profesor Edgardo Vega‒ forzado a venir desde Montreal a San Salvador por la muerte de su madre. Dice Vega a su amigo Moya:

“Y todavía hay despistados que llaman nación a este sitio, un sin sentido, una estupidez que daría risa si no fuera por lo grotesco: cómo pueden llamar nación a un sitio poblado por individuos a los que nos les interesa tener historia ni saber nada de su historia, un sitio poblado por individuos cuyo único interés es imitar a los militares y ser administradores de empresas. Un tremendo asco Moya, un asco tremendísimo es lo que me produce este país. Y sólo he estado quince días aquí dedicado a hacer los trámites para vender la casa de mi madre, quince días que han bastado para confirmar que aquí no ha sucedido nada”[1].

El grito y el asco, los dos términos del titulo del libro se Sergio Rojas, no son recursos retóricos para atraer al lector, sino que son figuras precisas que abren paso a la representación de lo que Rojas, desde trabajos anteriores, viene llamando lo tremendo, es decir, aquello que excede la escala humanista de representación. El mal radical encarnado en el Holocausto, o la destrucción del medio ambiente y el peligro de extinción de la vida humana en la tierra, sintetizado en el término Antropoceno, serían ejemplos de este tipo de fenómenos irrepresentables, o cuya representación siempre tendrá como condición un recorte, un encuadre, un no dar cuenta cabal. He aquí una primera huella: tanto el grito como el asco son expresiones involuntarias, más bien reacciones del cuerpo ante situaciones que nos sobrepasan en tanto sujetos, es decir en el grito la subjetividad recurre al cuerpo como último recurso. Entonces, podríamos decir, que allí donde ya no operan las categorías antiguas de comprensión, por quedar cortas, entra el cuerpo. De aquí también una línea de continuidad con otros trabajos de Sergio: su relación con las obras de arte, pero como dispositivos que gatillan la reflexión desde lo sensible, no como piezas de colección.

“Lo asqueroso ‒sostiene Rojas‒ no es simplemente horroroso, pues hay en lo asqueroso una cierta ‘verdad’” (…) “El contenido de lo asqueroso es algo en lo que no quisiéramos pensar; no es algo que simplemente no sepamos, sino un saber en el que no querríamos pensar, en el que no podemos pensar”[2]. Aquello que saca a la luz el asco entonces tiene mucho de insoportable, y, cuando se trata de algo social y políticamente insoportable, se paga un precio. (Castellanos Moya, en 1997, a semanas de publicar El asco, recibió amenazas de muerte y debió exiliarse. Dos años más tarde, en una visita clandestina a San Salvador, un amigo le pedía que escribiera una segunda parte, “porque el país estaba peor que antes: la corrupción política, el crimen organizado, las pandillas, la pérdida de valor de la vida…”[3]. Y aún no presenciaba el fenómeno Bukele. ¿Habrá algo que calce mejor con lo tremendo que el sistema Bukele?, ¿a ese asumir “que la única reacción posible ante la violencia es la eficacia de una violencia pacificadora”?)[4].

Siguiendo a John Holloway, Rojas sostiene que el grito es ante todo el grito de un “¡No!”. “La negatividad de esta interjección expresiva implica esencialmente, antes que un contenido discursivo, el sentimiento de haber sido violentado en mi existencia por la realidad […] en ese monosílabo se ha ‘dicho todo’ frente a una realidad que ha llegado a ser inaceptable”.[5] “Cuando escribimos o cuando leemos, es fácil olvidar que en el principio no es el verbo sino el grito”, anota con Holloway.

El asco y el grito entonces no son meras “expresiones”, sino que constituyen formas por las que podemos “salir de la impotencia”, que es un objetivo que el autor se impone desde el comienzo: salir de la impotencia del pensamiento de una izquierda apocalíptica, pero también en el sentido de escapar al falso dilema entre optimismo y pesimismo, pues son dos formas en que se detiene el pensamiento, ya que ambos se sostienen “a pesar de todo”. Pero salir de la impotencia no significa que en este libro se encontrará una guía para la acción, sino un pensar no impotente en la medida que puede destrabar el desfase entre una realidad inédita y los viejos moldes de la representación.

Como he sostenido más arriba este libro posee planteamientos en continuidad con obras anteriores de Sergio Rojas, por ejemplo, con sus dos últimas: Tiempo sin desenlace (Sangría, 2020) y Qué hacer con la “memoria” de octubre (Ediciones Inubicalistas, 2022). En la primera desarrolla extensamente ese desfase entre la escala humanista de representación y lo inédito de los fenómenos que configuran un mundo en un estado de finalización que se extiende, mientras que en el segundo presenta la clave política de comprensión como la mayor expresión de la escala humanista de representación (sujetos, individuos o colectividades, que se proponen fines, dando como resultado un mundo hecho a imagen y semejanza de sus proyectos, o incluso sus errores). Pues bien, en este nuevo libro el autor no escapa a los problemas en que todos nos hayamos implicados para poner a prueba su planteamiento: si el estallido social fue un gran grito, el aviso de “una realidad que ha llegado a ser inaceptable”, el hecho de que nada se haya seguido de él, podría tener que ver con que se continuó operando con la clave política de comprensión para gestionarlo: “El ‘proyecto refundacional’ ‒sostiene Rojas‒ que a juicio de algunos contenía el borrador constitucional rechazado consistió finalmente en la traducción política de la revuelta de octubre de 2019, donde se trataba de alguna manera de hacer ingresar la revuelta en la política. Esto la condujo hacia su agotamiento[6]. La revuelta fue la expresión de la imposibilidad que hoy toda política instituida contiene como administración y contención de la desigualdad. “En el proceso constitucional esa imposibilidad ingresó en la política escrituralmente como una política imposible”, sostiene. Es este un pensamiento que permite seguir pensando, y en tal medida es “no impotente”, aunque un pensamiento no impotente no es necesariamente un pensamiento reconfortante, al contrario.

Si no es con la escala humanista de representación (del Estado, los partidos y los sujetos y personajes), ¿cómo o con qué seguir? Una vía es la “sobrehumana”, algo que adelantó Braudel con su concepto de larga duración, pero también hoy visto en los bloques temporales con el que trabaja la geología (Antropoceno), o bien en un pensar de “la especie”. La otra es la que ocupa buena parte de este libro: la infrapolítica. “La infrapolítica es la búsqueda de un nuevo pensamiento, capaz de ir más allá de las fronteras que ha trazado para el pensamiento político la hipoteca conceptual moderna, la que encuentra sus pilares en nociones tales como hegemonía, Estado y lucha por el poder” (…) “la infrapolítica es una forma de pensar la política en que la vida de uno no tenga que defenderse de la vida de otros. No es sólo una cuestión de ‘buena voluntad’, sino que se requiere para ello una nueva forma de pensar”[7].

Lo infrapolítico, según Rojas, es aquello que ha estado ahí pero ya no puede contenerse, por lo tanto, sabemos de ello de manera disruptiva, como desborde o “estallido”. Pero no se agota en ello, pues revela un orden de relaciones propias de toda forma instituida, establecida y aceptada. Es lo que subyace a cualquier forma de poder, aunque no por ello es no-poder o contra-poder en sí mismo. Se da corrientemente en lo que llamamos vida cotidiana. Es donde opera finalmente el capitalismo mundial integrado, cuestión por la cual justamente se ha pensado lo infrapolítico como el “nivel de gestación acrisolada de la emancipación”. Es, según mi lectura, el lugar en donde se carga de evidencia el pensamiento no impotente, pues lo infrapolítico contiene un residuo de fuerza y deseo, es allí precisamente de donde emerge el grito y el asco, es donde algo puede comenzar.

En nuestro medio las propuestas infrapolíticas ‒de una política al margen del Estado y las luchas partidistas‒ han de asociarse de modo inmediato a los planteamientos del historiador Gabriel Salazar y la Nueva Historia. En ella el bajo pueblo, el sujeto popular, se define en gran medida porque escapa al régimen de la representación institucional, escapa a “las trampas republicanas” y de la democracia formal. El sujeto popular trabaja subterráneamente sin manifestaciones visibles, acumula y estalla. Salazar entiende que su incorporación, por ejemplo, en el Estado de Compromiso chileno, es una captura que despotencia su fuerza historicista. Pues bien, acá Sergio Rojas dedica buena parte de este libro a demarcar lo infrapolítico de lo que denomina la “poética” salazariana (“una escritura que se despliega en torno a un significante ausente”)[8]. Si bien Salazar construye esa poética en un nivel análogo al de la infrapolítica, las dinámicas que les serían propias al sujeto popular lo alejan de cualquier infrapolítica en la medida que no permiten pensarlo como poseedor de “un residuo de fuerza y deseo, donde algo puede comenzar”, pues si la característica de ese pueblo es su invisibilidad y operatoria subterránea, “¿no es después de todo, aquella invisibilidad un elemento que resulta inherente al padecimiento de la dominación y la derrota?”. ¿Acaso ese pueblo que emerge violetamente, de vez en cuando, no está obligado a volver a su invisibilidad como condición de no perder su potencia historicista?[9].

El libro de Sergio Rojas constituye un diálogo serio con planteamientos en circulación que parecen ser “la alternativa”, pero que vistos de cerca no son sino formas actuales de la impotencia. Desbloquear el pensamiento ha sido una constante de los trabajos de Sergio, lo que lo ubica entre los contados casos de lucidez del pensamiento de matriz académica en Chile.

Valparaíso, 24 de octubre de 2023.

Notas


[1] Castellanos Moya, Horacio, El asco. Thomas Bernhard en San Salvador. Barcelona, Random House, 2018, p. 26.

[2] Rojas, Sergio, El asco y el grito. La violencia más acá de la representación. Santiago de Chile, Paidós, 2023, pp. 170 y 171.

[3] Castellanos Moya, Horacio, El asco…, p.105.

[4] Rojas, Sergio, Op. Cit., p. 19.

[5] Op. Cit., p. 24.

[6] Op. Cit., p. 25.

[7] Op. Cit., p. 67.

[8] Op. Cit., p. 151.

[9] Op. Cit., pp. 159 y 160.